En las palabras de Gabriel Marcel “la esperanza únicamente puede arraigar donde la perdición es una posibilidad”. Esta es una de las formas en que difiere del optimismo, para el que la perdición es simplemente inconcebible. El Abraham que sujeta un cuchillo contra la garganta de su hijo tiene esperanza, pero dudaríamos en calificarlo de optimista.
Terry Eagleton |
La desesperanza que el cristianismo tacha de pecaminosa consiste en rechazar la posibilidad de redención a largo plazo, no en concluir que este o ese esfuerzo concreto está claramente condenado. Dice Terry Eagleton que una razón por la que esta clase de desesperanza a largo plazo se considera un defecto moral es que puede parecer que traiciona los esfuerzos de otros. Puede sugerir que sus aparentes victorias son falsas y sus fracasos estaban predestinados, desvalorizando así su coraje y resistencia. Por tanto, es posible dar una situación concreta por perdida, al tiempo que se conserva una confianza indeterminada en el futuro, que es a lo que Marcel se refiere con esperanza fundamental. Esa esperanza no tiene un objetivo concreto; más bien se trata de una apertura general del espíritu, lo que un comentarista describe como “un tono o disposición con el que se afronta el futuro, la mera constancia o una expectativa sin objeto”. Difiere del optimismo, dice Eagleton, en parte porque no es simplemente una cuestión de temperamento y en parte porque está dispuesta a afrontar la posibilidad de su propia ruina. Quizá esta clase fundamental de esperanza es lo que nos convence de que, aun ante la mayor calamidad, la vida sigue mereciendo la pena ser vivida.
Esperanza. |
Los cristianos tienen esperanza no porque el futuro sea oscuro sino porque, en un sentido inescrutable, tiene una base sólida. La fuente de su esperanza radica en el Yahvé que se identifica en tiempo futuro en las escrituras hebreas (“Yo seré lo que seré”) y que no abandonará a su pueblo. En este sentido, la esperanza no tiene nada que ver con el pensamiento desiderativo sino con una expectativa jubilosa, que es tanto más admirable en circunstancias en las que parece difícil de mantener, dice Eagleton. Representa lo que
Jane Austen en Persuasión denomina “una confianza alegre en el futuro”. Los salmos prometen que la esperanza no será confundida, mientras que san Pablo insiste en que no nos defrauda. De acuerdo con un comentarista de santo Tomás, su visión entraña una “confianza inquebrantable y una viva certidumbre” que está muy alejada del optimismo fácil, “una expectativa trémula e impaciente, caracterizada por el brío y la constancia, segura de la victoria”. Por si esta última frase sonara desagradablemente autosatisfecha, hay que recordar que, para la fe cristiana, la presunción es un pecado en la misma medida que la desesperanza. Constituye el equivalente teológico del optimismo patológico. Es la fe en que la salvación está en último término en manos de Dios, pero que los caminos de Dios son inescrutables, lo que permite al creyente esperar sin triunfalismo. La victoria que es segura es el triunfo final de la gracia sobre los poderes perniciosos de este mundo.
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