El ser humano es el único animal en el que el mecanismo del estro (la restricción del atractivo y de la receptividad de la hembra a períodos limitados en los que está en celo) ha desaparecido por completo. Si las hembras hubieran experimentado la alteración violenta de la rutina que el estro impone, sus crías habrían quedado expuestas periódicamente a un abandono que habría hecho imposible su supervivencia.
Este cambio tiene indudablemente unas repercusiones radicales. El aumento del atractivo y de la receptividad de las hembras para los machos hace que la elección individual sea mucho más importante en el emparejamiento.
La selección de pareja está menos determinada por el ritmo de la naturaleza; nos hallamos en el comienzo de un camino que conduce indefectiblemente a la idea del amor sexual. Junto con la prolongada dependencia de las crías, dice el historiador británico J M Roberts, las nuevas posibilidades de selección individual apuntan hacia la unidad familiar estable y duradera compuesta por el padre, la madre y las crías, una institución exclusiva del género humano.
La selección de pareja está menos determinada por el ritmo de la naturaleza; nos hallamos en el comienzo de un camino que conduce indefectiblemente a la idea del amor sexual. Junto con la prolongada dependencia de las crías, dice el historiador británico J M Roberts, las nuevas posibilidades de selección individual apuntan hacia la unidad familiar estable y duradera compuesta por el padre, la madre y las crías, una institución exclusiva del género humano.
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