Cuenta Pío Moa que al aprobarse en 1981 el divorcio, su promotor Fernández Ordóñez hablaba de cientos de miles de parejas ansiosas por divorciarse. Sin embargo, las peticiones fueron relativamente escasas, 9.500 el primer año, luego en ligero aumento con un promedio de 18.000 hasta 1987, según datos del INE. Después crecerían a fuerte ritmo.
La ley del divorcio fue vista, como un avance democrático, pero llegó envuelta en una peculiar imagen del divorcio mismo como algo inocuo, cuando no positivo o indicio de progreso social.
Las cifras muestran un empeoramiento constante de la crisis familiar, con serios daños psicológicos y educativos, de especial incidencia sobre los niños. Se multiplicaron las familias monoparentales, seguramente no las más adecuadas, y antes muy poco frecuentes. El creciente fracaso matrimonial guarda relación cierta con la expansión de la droga, la delincuencia juvenil y el fracaso escolar.
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