Las credenciales oficiales se ven como un tipo de fetiche material, objetos mágicos que confieren poder por sí mismos, completamente aparte del conocimiento real, experiencia o formación que se supone que representan. Pero desde los años ochenta, la explosión real del “credencialismo” se ha dado en las que son supuestamente las economías más avanzadas, como los Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá o España. En palabras de la antropóloga Sarah Kendzior: “Los Estados Unidos se han convertido en la sociedad más rígidamente credencializada del mundo”, escriben James Engell y Anthony Dangerfield en su libro de 2005 Saving Higher Education in the Age of Money. “Se exige un BA para trabajos que, como mucho, requieren dos años de formación a tiempo completo, en ningún caso cuatro.”
La promoción de título universitario como requerimiento para la clase media ha dado como resultado la exclusión de los no formados en facultades de todo tipo de profesiones de influencia pública. En 1971, un 58 por ciento de los periodistas tenía un título universitario. Hoy en día el 92 por ciento lo tiene, y en muchas publicaciones se exige la licenciatura en Periodismo, pese al hecho de que los periodistas más renombrados nunca han estudiado Periodismo, dice David Graeber. El periodismo es tan sólo uno de los muchos campos de influencia pública (política incluida) en que las credenciales funcionan como un permiso de facto para hablar, dejando a quienes carecen de ellas con menores posibilidades de obtener empleos o de conseguir mantenerse en su campo. Sin credenciales se ignoran las capacidades, pero la capacidad de comprar credenciales descansa, la mayoría de las veces, en la riqueza familiar. Se podría repetir esta misma historia en campo laboral tras campo laboral, desde enfermeros hasta profesores de arte, fisioterapeutas o asesores en política exterior. Casi todas las carreras que solían considerarse un oficio (que se aprendía a través de la práctica) requieren ahora formación profesional y un certificado de haberse completado, y esto parece estar ocurriendo por igual tanto en el sector público como en el privado,
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