sábado, 7 de julio de 2018

La absoluta depravación del Reich.

Los descubrimientos de los campos de concentración por parte de los ejércitos aliados sacaron a la luz la absoluta depravación del Reich. “Aunque todo el cielo fuera papel y toda el agua del mundo fuera tinta y todos los árboles se convirtieran en plumas, le dijo un rabino a un corresponsal de guerra, ni siquiera así podrías registrar los sufrimientos y los horrores”.

“No había grasa en los cuerpos para descomponerse”, escribió el general de división Ralph Ingersoll después de inspeccionar los cadáveres de Landsberg. “Te repele la vista de tu propia pierna porque su forma te recuerda una de aquellas piernas. Es una experiencia envilecedora”. En el
Judíos del campo de concentración de Buchenwald, 
campo de Wöbbelin cerca de Ludwigslust, el general Gavin ordenó a los civiles del lugar que abriesen las tumbas colectivas de las víctimas del campo y que colocasen a los muertos en carros forrados con ramas de hojas perennes, serían enterrados en tumbas cavadas en la plaza de la ciudad. “Todos los cuerpos fueron extraídos, trasladados y envueltos en una sábana blanca o mantel, escribió un teniente de la 82 aerotransportada a su hermana. “Nos sentimos unidos por un vínculo de vergüenza por haber visto una cosa semejante”.


El 15 de abril la 11.a división Blindada se topó con el campo de Bergen-Belsen, ochenta kilómetros al sur de Hamburgo. “Nos penetró un olor a excrementos, como el olor de un campo de monos”, relató un oficial de la inteligencia británica, y una “extraña turba simiesca” les recibió en las puertas. Más de cuarenta mil hombres, mujeres y niños abarrotaban un complejo diseñado para ocho mil; desde enero habían sobrevivido a base de sopa aguada, cuatrocientos gramos de pan de centeno al día y una especie de remolacha llamada remolacha forrajera, normalmente utilizada para la alimentación del ganado. Durante los últimos cuatro días no habían recibido ni comida ni agua y se habían visto reducidos a comerse los corazones, hígados y riñones de los muertos.


El 15 de abril fuera de Gardelegen, a cuarenta kilómetros al norte de Magdeburgo. Dentro y alrededor de un granero de ladrillo que ardía lentamente yacían más de mil cuerpos calcinados. Mientras los moribundos suplicaban clemencia, otros cantaban el himno nacional polaco mientras se asaban vivos. Cuando llegaron los soldados americanos, las llamas ya habían remitido, aunque durante días todavía se alzaron volutas de humo de los cuerpos. De las 1.016 víctimas del granero incendiado muy pocas fueron identificadas por su nombre.

El periodista Edward R. Murrow, pocas veces desconcertado por las imágenes, encontró que Buchenwald empequeñecía la imaginación. “El hedor superaba cualquier intento de descripción”, dijo a su audiencia radiofónica. “No tengo palabras para todo aquello… Si les he ofendido con este relato más bien amable de Buchenwald, no lo lamento en absoluto".

No hay comentarios:

Publicar un comentario