Colombia es una nación, rica en recursos naturales (producción agrícola: ocupa el tercer puesto del mundo en biodiversidad; o mineros: oro, plata, esmeraldas, petróleo), ha sido sacudida en las últimas décadas por dos pesadillas que ya parecen indesarraigables, la guerrilla y el narcotráfico. La guerrilla, movida en un principio por un afán de justicia social y de reparto de tierras (las FARC, de carácter comunista, nacieron en 1963, el ELN, de inspiración maoísta, en 1965, el M 19, en 1970), alcanzó su máxima virulencia por los años 80 y 90, siempre en ambientes campesinos. Sus afanes liberadores derivaron en el pillaje, por venganza y muchas veces para proveerse de medios de subsistencia; de suerte que los campesinos, en lugar de resultar redimidos por los guerrilleros, se vieron en tal situación de inseguridad, y privados de sus cosechas, que huyeron a bandadas a las grandes ciudades. Bogotá pasó en veinte años de tres a diez millones de habitantes, con la aparición de barrios marginales y miserables, fuente a su vez de delincuencia.
El presidente Belisario Betancur (1982-1986) declaró una
amnistía general de los presos políticos, a cambio del cese de las hostilidades guerrilleras; al principio tuvo cierto éxito, y hasta uno de los movimientos, el M 19, se convirtió en partido político; pero por 1987 se registró una nueva movilización guerrillera, contra la que lucharon con distinto éxito César Gaviria (1990-1994), Ernesto Samper (1994-1998), Andrés Pastrana (1998-2002) y Álvaro Uribe (desde 2002), este último ha seguido una política que combina las conversaciones con la acción militar.
El otro mal de Colombia es la proliferación del narcotráfico, cuenta Jose Luis Comellas. La hoja de coca se cultivaba preferentemente en Ecuador o Bolivia, pero algunos activos negociantes de Medellín desarrollaron industrialmente su cultivo y su refinado en cocaína, a comienzos de los años 70, atraídos en parte por la creciente afición a las drogas entre la juventud norteamericana, tras la guerra de Vietnam.
El cártel de Medellín,una ciudad industrial y empresarial, la más activa y emprendedora de Colombia, alcanzó un poder inmenso, encabezado por Pablo Escobar, que se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo, y se permitió desafiar personalmente al gobierno; gozó fama de generoso por sus propinas con el fin de ganarse amigos, y por el empleo que dio con el cultivo de la coca a miles de campesinos que ganaban modestos salarios para alimentar un negocio que movía miles de millones. Escobar llegó a poseer una extensa red de distribución por gran parte de los países del mundo, especialmente Europa y América. Muerto violentamente en 1993, el cártel de Medellín perdió fuerza en beneficio del de Cali, menos agresivo y espectacular, pero que con su secretismo extendió a partir de entonces sus tentáculos. El Estado colombiano, a pesar de sus esfuerzos, no consiguió erradicar estas dos plagas. Por razón de la dificultad de controlar el territorio y la enorme cantidad de dinero negro que se generaba y circulaba, el sector público colombiano ingresaba por impuestos una cantidad muy pequeña respecto de lo que le hubiera correspondido, y ha sido por ello durante años mucho más débil que ciertos elementos, en gran parte al margen de la ley, del sector privado. El resultado fue su incapacidad para combatir la guerrilla y las mafias y para imponer en todas partes el imperio de la ley. Se da el caso de que las tropas guerrilleras (y también los paramilitares que hacen la guerra por su cuenta y complican más el panorama) poseen armas más modernas y sofisticadas que el ejército o la policía.
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