jueves, 14 de septiembre de 2017

Infraclase.

Existe una nueva categoría de población, antes ausente del mapa mental de las divisiones sociales, que puede considerarse víctima colectiva del “daño colateral múltiple” del consumismo. El los últimos años, esta categoría ha sido definida como “infraclase”.El inventario de la gente amontonada en la imagen genérica de la infraclase, tal como lo describe Herbert J. Gans, resulta notable sobre todo por su variedad. Esta definición conductista abarca a los pobres que abandonan la escuela, no trabajan, y en el caso de las mujeres jóvenes, a las que tienen bebés sin el beneficio del matrimonio y dependen del bienestar social. La infraclase
Herbert J. Gans
definida por su comportamiento incluye también a los sin techo, los mendigos y pordioseros, los pobres adictos al alcohol y las drogas y a los delincuentes callejeros. Como el término es flexible, los pobres que viven en “viviendas sociales”, los inmigrantes ilegales y las pandillas adolescentes suelen incluirse en esa categoría. De hecho, la flexibilidad de esa definición conductista se presta a que el término se convierta en un rótulo que puede emplearse para estigmatizar a los pobres, sea cual fuere su comportamiento.

Las personas condenadas a la infraclase son consideradas totalmente inútiles, lisa y llanamente una molestia, algo de lo que todos podríamos prescindir con gusto. En una sociedad de consumidores, un mundo que evalúa a todos y a todo por su valor de cambio, esa gente no tiene ningún valor de mercado, son hombres y mujeres no comercializables, y su incapacidad de alcanzar el estatus de producto coincide con (de hecho, deriva de) su incapacidad para abocarse de lleno a la tarea de consumir. Son consumidores fallidos, símbolos flagrantes del desastre que acecha a los consumidores fracasados, y del destino último de cualquiera que no cumpla las obligaciones de un consumidor, escribe Zygmunt Bauman.

Zygmunt Bauman
Zygmunt Bauman sigue narrando que los sufrimientos de los pobres contemporáneos, los pobres de la sociedad de consumidores, no hacen causa común. Cada consumidor fallado se lame las heridas en soledad, en el mejor de los casos en compañía de su familia, si es que aún no se disolvió. Los consumidores fallados son solitarios, y cuando se los deja en soledad durante mucho tiempo tienden a convertirse en personas que prefieren estar solas: ya no creen que la sociedad o algún grupo social (salvo una pandilla criminal) puedan ayudarlas, ya no esperan ayuda, ya no creen que su suerte pueda cambiar legalmente, salvo ganando la lotería.

Alain Finkielkraut nos recuerda lo que puede ocurrir cuando se silencian las consideraciones éticas, cuando se extingue toda empatía y se derriban las barreras morales: La violencia nazi no se produjo por gusto, sino por obligación, no por sadismo sino por virtud, no placentera sino metódicamente, no por salvajes impulsos desatados y abandono de todo escrúpulo, sino en nombre de valores superiores, con competencia profesional y sin perder de vista en ningún momento la tarea a realizar.

los sufrimientos de los pobres contemporáneos, los pobres de la sociedad de consumidores, no hacen causa común

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