Christopher Browning |
“El asesinato en masa de la comunidad judía europea perpetrado por los nazis no fue sólo un logro tecnológico de la sociedad industrial, sino también un logro organizativo de la sociedad burocrática”, escribe Christopher R. Browning. Piensen simplemente qué es lo que convirtió al Holocausto en algo único de entre todos los asesinatos en masa que han jalonado el avance histórico de la especie humana. La administración infundió al resto de las organizaciones su firme planificación y su burocrática meticulosidad. El ejército le confirió a la máquina de la destrucción su precisión militar, su disciplina y su insensibilidad. La influencia de la industria se hizo patente tanto en el hincapié sobre la contabilidad, el ahorro y el aprovechamiento como en la eficiencia de los centros de la muerte, que funcionaban como fábricas. Finalmente, el
partido aportó a todo el aparato el idealismo, la sensación de estar cumpliendo una misión y la idea de estar haciendo historia. Fue la sociedad organizada en una de sus facetas especiales. Este ingente aparato burocrático, a pesar de dedicarse al asesinato en masa a escala gigantesca, demostró su preocupación por la corrección en los trámites burocráticos, por los sutilezas de la definición detallada, por los pormenores de las regulaciones burocráticas y por la obediencia a la ley, manifiesta Kuper.
Zygmunt Bauman dice que el único contexto en el que se pudo concebir, desarrollar y realizar la idea del Holocausto fue la cultura burocrática que nos incita a considerar la sociedad como un objeto a administrar, como una colección de distintos problemas a resolver, como una naturaleza que hay que controlar, dominar, mejorar o remodelar, como legítimo objeto de la ingeniería social y, en general, como un jardín que hay que diseñar y conservar a la fuerza en la forma en que fue diseñado (la teoría de la jardinería divide la vegetación en dos grupos: “plantas cultivadas”, que se deben cuidar, y “malas hierbas”, que hay que eliminar).
Herbert Kelman |
En opinión de Herbert C. Kelman, las inhibiciones morales contra las atrocidades violentas disminuyen cuando se cumplen tres condiciones, por separado o juntas: la violencia está autorizada (por unas órdenes oficiales emitidas por los departamentos legalmente competentes); las acciones están dentro de una rutina (creada por las normas del gobierno y por la exacta delimitación de las funciones); y las víctimas de la violencia están deshumanizadas (como consecuencia de las definiciones ideológicas y del adoctrinamiento).
Weber hablando del honor del funcionario dirá: “El honor del funcionario reside en su capacidad para ejecutar a
conciencia las órdenes de las autoridades superiores, exactamente igual que si las órdenes coincidieran con sus propias convicciones. Esto ha de ser así incluso si las órdenes le parecen equivocadas y si, a pesar de sus protestas, la autoridad insiste en que se ejecuten”. Este tipo de comportamiento supone, para el funcionario, “una elevada disciplina moral y la negación de uno mismo”.
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