Cuenta Sebastian Junger que los tiempos de reacción han sido objeto de numerosos estudios en situaciones controladas y se ha demostrado que los hombres poseen un tiempo de reacción más rápido que las mujeres, y que los atletas reaccionan más deprisa que quienes no lo son.
Pruebas realizadas a jugadores de fútbol demuestran que el “punto de no retorno” para el chute de un penalti (cuando el jugador que va a golpear la pelota ya no puede cambiar de idea sobre la dirección en que mandará el balón) está cerca del cuarto de segundo. Dicho de otro modo, si el portero espera hasta que el pie del que chuta está a menos de un cuarto de segundo de la pelota y entonces se lanza en una dirección, el que lanza el penalti ya no dispone de tiempo suficiente para ajustar el golpe.
Los procesos neurológicos en una de las zonas más primitivas del cerebro, la amígdala cerebral, dice Junger, se producen a tantísima velocidad que podría decirse que compiten con las balas. La amígdala puede procesar una señal auditiva en quince milisegundos, el tiempo que tardaría una bala en recorrer unos nueve metros. La amígdala es rápida, pero muy limitada, solo puede provocar un reflejo y esperar a que el pensamiento consciente lo recoja. Es lo que se conoce como “reacción de alarma” e incluye movimientos de protección válidos para casi cualquier . Cuando sucede algo inesperado y que nos asusta, todo el mundo hace exactamente lo mismo, parpadear, agacharse, doblar los brazos y apretar los puños. La cara adopta también una expresión conocida como mueca de miedo. Las pupilas se dilatan, los ojos se abren exageradamente, la frente se levanta y la boca se echa para dentro y hacia abajo.
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