Transito glorioso de San Francisco. |
Escribe Norman Maller que en el diálogo entre el ateo y el místico, el ateo está del lado de la vida no dialéctica, dado que concibe la muerte como vacío puede, sin importar lo cansado o desesperado que esté, no desear nada sino más vida.
El místico, es el único que en última instancia ha elegido vivir con la muerte, y así la muerte es su experiencia y no la del ateo, y el ateo, al evitar las dimensiones sin límites de la desesperación profunda, se ha vuelto él mismo incapaz de juzgar la experiencia. El argumento real que el místico siempre debe presentar es la propia intensidad de su visión, el argumento depende de la visión precisamente porque lo que sintió en la visión es tan extraordinario que ningún argumento pueden explicar lo que se ha convertido para él en la realidad más real.
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