Ni el conocimiento intelectual ni la educación liberal ofrecen garantía alguna de sano juicio moral, ni mucho menos de una ética superior. Las mentes eruditas pueden cultivar el nihilismo, y hay numerosos intelectuales que, obsesionados por conceptos abstractos tales como globalidad y capitalismo, no vacilan en legitimar la violencia terrorista. Dostoievski lo describió en Los demonios: “la hipocresía, la corrupción intelectual, la fascinación por la violencia, la adicción al poder y un conformismo ilimitado son típicos de demasiados intelectuales”.
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