Hace casi un siglo, el arquitecto vienés Adolf Loos observó que la arquitectura no tiene su origen en la vivienda, sino en el monumento. Las casas de nuestros antepasados, cuenta Edward Hollis, eran respuestas contingentes a sus necesidades en continuo cambio, han perecido. Sus tumbas y templos, concebidos para durar la eternidad de la muerte y de los dioses, se han conservado, y son ellos los que forman el canon de la historia arquitectónica.
El teórico romano Vitruvio afirmó que la arquitectura era
perfecta cuando poseía firmeza, utilidad y belleza en un delicado equilibrio. Un milenio y medio después, su intérprete renacentista Leon Battista Alberti escribió que la belleza perfecta es aquélla a la cual no se puede añadir nada y de la que no se puede quitar nada. El arquitecto moderno Le Corbusier definió la tarea de su profesión como “el problema de establecer unos criterios para hacer frente al problema de la perfección”.
Leon Battista Alberti |
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