La obediencia, con sus múltiples manifestaciones en el seno de la familia, en el ejercicio de la vida profesional, en la vida de relación y en los demás ámbitos de la sociedad civil, presupone, por parte de quien obedece, conciencia de la propia responsabilidad; pero también una actitud de servicio al bien común por parte de quien manda, así como la existencia de un orden justo en la sociedad. Si esa actitud y ese orden justo faltaran, la obligación de obedecer podría quedar en entredicho, y transformarse en una invitación a resistir y a modificar ese orden, a lo que no puede permanecer indiferente ninguna persona noble y menos aún un cristiano, ya que “un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo”, manifiesta Josemaría Escrivá de Balaguer.
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