La mayoría de la gente, por desgracia, dedica mucho más tiempo a intentar explicar lo que piensan ellos, que a intuir lo que piensan los demás. Fíjense en el comportamiento del político de turno:"No hemos sabido explicar nuestro programa", “La gente no nos ha entendido”, aducen como excusa de su fracaso. O lo que suele decir la comunidad científica: “Utilizamos un léxico incomprensible”, “Nuestro vocabulario es demasiado riguroso”, alegan como descargo del abismo entre ciencia y cultura. Ni los unos ni los otros intentan seriamente conocer lo que de verdad piensa la gente. Los primeros lo hacen casi en secreto, por la vía de encuestas y a toro pasado; los segundos lo descubren a través de las enfermeras y comadronas que están en contacto directo con los pacientes. Ellas descubrieron el llamado efecto placebo cuando los médicos seguían negándolo. Las enfermeras, más acostumbradas a pensar en lo que los demás piensan que en difundir, como los médicos, lo que creen saber, se percataron de que en un número significativo de casos a los pacientes se les podía sustituir un calmante como la morfina por un líquido inocuo con efectos idénticos. Bastaba con que creyeran que se les estaba administrando un calmante.
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