El estudio cabal del hombre, como el estudio cabal de cualquier cosa, al final no deja opción. Y acabas queriendo conocer a Dios. Hasta al científico más recalcitrante, si es honesto y valiente, le cae ese dilema tan poco científico. Si no es que lo acaba rodeando, como el mar, por todas partes. El río de la conciencia humana, dado que es un océano ancestral, avanza en círculos. Empieza tan campante, con un borboteo; brota con fuerza tierra adentro de un manantial al que siempre da el nombre de Dios. Allí borbotea en una charca misteriosa tierra adentro, en la que brota, con todo su misterio y su piedad, la conciencia humana.
En todos estos manantiales de Dios nacen los distintos ríos de la conciencia humana. Luego comienzan los meandros y las dudas. Luego es una lenta lengua de agua. Luego empieza a sedimentarse el aluvión. Luego desemboca en el gran océano, y he aquí el Dios del Fin. En el gran océano del Fin, la mayor parte de los hombres se pierde. Pero Jesucristo se hizo pez porque tenía la otra conciencia del océano que es el fin divino de todos nosotros. Y luego, como un salmón, fue río arriba una vez más, contracorriente, para poder hablar desde las fuentes primordiales. Y ésta es la Historia, escrita con hache mayúscula, del hombre; para distinguirla de la escrita con hache minúscula. Estamos en la desembocadura de esta época nuestra, hundidos en el barro hasta las cejas, horrorizados ante la inmensidad del mar que nos aguarda. Eso, o al final del gran camino que recorrieron Jesucristo y san Francisco. Estamos al borde de un precipicio, horrorizados ante el gran vacío que se abre a nuestros pies. No hay auxilio que valga. Somos seres humanos, y para el ser humano no hay marcha atrás. Allá que vamos. Allá que vamos y que iremos, así que mejor ir voluntarios, para que el alma siga viva. Mejor ahogarse en esta terrestre naturaleza para así transfigurarse en pez. Piscis. Eso que conoce la piedad oceánica del fin. El estudio cabal de la humanidad es el hombre. Pero a la larga, vuelve a ser lo de antes, el hombre en relación con la deidad. Aunque no tiene que ser como era antes, aquella deidad específica del manantial de tierra adentro. Sino la vasta deidad del fin, ese océano que solo se conoce siendo pez. Seamos peces, pues, merece la pena intentarlo.
D. H. Lawrence.
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