Escribe el filósofo suizo Henri Frédéric Amiel que sin religión y sin poesía, la muerte es una cosa repugnante, y el hombre un bruto….El hombre se honra honrando al hombre, se ennoblece purificando y santificando la muerte, se fortifica celebrando su inmortalidad, se eleva en contacto con Dios. Al escamotear el fin, convirtiendo el féretro en algo vergonzoso, el coche fúnebre en un objeto de disgusto, y reduciendo el último deber a una furtiva mirada, se ultraja la majestad humana y se elude la lección divina.
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