“La revolución de signo socialista parte de atribuir ciencia y bondad infusas a una porción de la sociedad sectariamente diferenciado. Según esta discriminación es lógico entonces que el gobierno solo pueda caer del lado de aquella buena gente; pero el censo de tal condición corresponde a los mismos que se la atribuyen, proclamando para sí el monopolio del altruismo, de la sensatez, de la justicia y de la inteligencia. Partiendo de este supuesto, sería inconsecuente con cualquier razón y con cualquier ética ceder el gobierno o dejar espacio al contrario. Lo esperable y lo bueno es, simplemente, aniquilarlo o, cuando menos, reeducarlo, de modo que se convierta al único pensamiento digno de prevalecer. Y he aquí que al socialismo le importa mucho imponer la virtud social, pero, y siempre que se trate de sus camaradas, hace oídos sordos al vicio de los que vayan a imponerla. Sin ningún sonrojo por esta idea del bien según el color del carnet, el socialismo acusa a los liberales de quedarse en legalismos y derechos ficticios, y de sustituir con ellos a la democracia real”, manifiesta el profesor Xavier Reyes Matheus.
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