La dignidad del trabajo, leemos en una homilía de Josemaría Escrivá, “está fundada en el Amor. El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio”; por eso “el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos”, sino actuar de manera que esa construcción de objetos contribuya a crecer en el amor a Dios y a expresar ese amor en obras de servicio. Vivir el trabajo cara a Dios, santificarlo, reclama ser conscientes de la dimensión social que el trabajo tiene de por sí y en consecuencia no sólo afrontar con sentido de responsabilidad las obligaciones y deberes que comporta, sino actuar con un hondo sentido de la solidaridad y de los vínculos que unen entre sí a los hombres.
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