Bravo Murillo |
La labor realizada por Bravo Murillo mereció ya en su época toda clase de encomios. Creó organismos técnicos de reconocida utilidad y, mediante las normas de contabilidad que llevaron su nombre, dio debido cauce a una buena administración de los fondos públicos. Alcanzó el cargo de presidente del Consejo ya en el reinado de Isabel II, en 1850, sin haber sido considerado cómplice de ninguno de los errores de la soberana. Durante esta etapa trató de que los proyectos que abrigaba, tan precisos para la regularización más exacta del crédito del país, alcanzasen la debida realidad. En parte vio logradas sus aspiraciones, así como intentó introducir otras medidas a fin de sanear la vida económica española. En este sentido, es conveniente recordar la Ley de Puertos Francos, que, muy imitada en otros hemisferios, consiguió revitalizar la economía del archipiélago canario. Bravo Murillo no se oponía por sistema al Parlamento, pero sí a la práctica corriente en España. Y como de muestra vale un botón, en 1851 disolvió las Cortes por tres veces; la última, según cuenta Santillán en sus Memorias, afirmó: “Para que ustedes descansen y a nosotros nos dejen gobernar”.
Isabel II |
Bravo Murillo fue la figura más completa en materia económica del reinado de Isabel II, y las tres palabras que mejor resumen su labor, según Luciano Taxonera, son serenidad, competencia y resolución. A él le debemos uno de los logros más interesantes de la administración pública, que fue copiado ampliamente en todo el mundo, pues propuso un método objetivo de selección (lo que hoy llamamos oposiciones) para ingresar en la función pública, escribe Fernando Bruquetas de Castro.
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