Ralph Waldo Emerson, filósofo y poeta estadounidense, comenta que los líderes políticos propugnaban la educación popular porque temían que “este país se esté llenando de miles y de millones de votantes y haya que educarlos para que no se nos lancen al cuello”. Se trataba de “educarlos” en el sentido “correcto”, claro está; limitando sus perspectivas y su comprensión de las cosas, desalentando el pensamiento libre e independiente, e instruyéndolos para que obedecieran.
Javier Gomá Lanzón opina que el ciudadano común es invariablemente un sujeto fuera de norma sobre el que, con arreglo a la ley, pende siempre un justo castigo, lo que, en sentido estricto, le convierte en súbdito a merced de la arbitrariedad de los poderes. Quizá las revoluciones modernas han librado al hombre del deber de rendir homenaje a un príncipe altivo pero nadie le ha exonerado aún de la servidumbre de implorar la benevolencia de las oficinas burocráticas.
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