Es propio de la tentación, dice Joseph Ratzinger, adoptar una apariencia moral. No nos invita directamente a hacer el mal, eso sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor; abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo. Además, se presenta con la pretensión del verdadero realismo. Lo real es lo que se constata, poder y pan. Ante ello, las cosas de Dios aparecen irreales, un mundo secundario que realmente no se necesita.
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