Escribe San Ambrosio, Padre de la Iglesia Latina y doctor de la Iglesia católica, que “es propio de los perfectos no dejarse inquietar fácilmente por las cosas mundanas, ni turbarse por el temor, ni estremecerse por las sospechas, ni dejarse dominar por el terror, ni ceder por el miedo; sino mantener en paz un espíritu sereno, en actitud confiada, como en una playa amplísima frente a las corrientes de las inquietudes mundanas. Por el contrario, el impío se aflige más por sus sospechas que por los golpes de fuera, y tiene muchas más heridas en su ánimo que los que son golpeados por otros en su cuerpo”.
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