La Biblia no condena las riquezas en sí mismas, ni el poseerlas legítimamente; sí condena, en cambio, el apego a las mismas y el poner en ellas la confianza (Lc 12,13-21). La Iglesia Católica, en relación a los bienes temporales, dice que "el hombre, al usarlos, no debe tener las cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente, sino también a los demás" (Vaticano II, Gaudium et spes).
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