En la última parte del Imperio Romano el cristiano y el pagano, en general, bajo una dominación que afectaba a todos, vivían en paz el uno con el otro. En lo que se refiere a la originalidad de pensamiento y de expresión, la ventaja estuvo del lado del cristianismo, pues, mientras el pensamiento, las letras y la religión paganos sólo podían labrar de nuevo terrenos familiares casi exhaustos, el cristianismo ofreció una nueva interpretación de la vida y su mensaje vivificador transformó las viejas formas de pensamiento y lenguaje. Ya antes del reinado de Constantino, la Iglesia había poseído bienes, no se sabe bien bajo qué título legal. De la persecución, a la neutralidad, de la neutralidad, al favor, de la degradación, a la respetabilidad y a la dignidad, de una fe ciega, a las exposiciones de credo formuladas en los términos filosóficos más profundos; de la ignorancia, al saber. Para el historiador Reginald H. Barrow a partir de entonces, la Iglesia quedó armada, para el período siguiente de su historia, con toda la panoplia que podía proporcionar la civilización grecorromana. Este período corresponde a la Edad Media, aunque, en realidad, sigue siendo todavía historia de Roma.
En los primeros tiempos de la República, cuenta Barrow, cuando los plebeyos pidieron un defensor, obligaron a los patricios a crear el tribunado con el fin de proteger sus intereses. Y ahora, los oprimidos encontraron de nuevo protección, no en el magistrado del Estado, sino en la persona de los obispos de la Iglesia. La petición popular imponía el cargo de obispo a hombres de su elección. Ambrosio, Obispo de Milán, ni siquiera estaba bautizado cuando fue obligado por la multitud a cargar con las responsabilidades de este cargo. Las cartas de hombres como San Ambrosio y San Agustín demuestran claramente la obra de los obispos. Se oponían a la tiranía oficial, se enfrentaban a los gobernadores provinciales, con quienes personalmente mantenían a menudo relaciones amistosas, llevaban las cuestiones a los mismos oídos imperiales, eran los árbitros en las disputas y guiaban y protegían a su grey en todas las dificultades que se les presentaban. Fue entonces cuando la Iglesia se transformó en la fuerza principal contra la pobreza y el dolor; era la que proporcionaba hospitales, escuelas y orfanatos y todo género de obras caritativas. Así ofreció a los hombres una esperanza y la creencia de que el individuo tenía todavía valor, aunque la sociedad fuera esclava del Estado. El obispo asumió virtualmente las funciones del magistrado de la ciudad, que por esta época no era sino un instrumento del gobierno a pesar suyo, mientras que el obispo era elegido por los habitantes.
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