*A finales del siglo XVIII los poetas de Europa perciben por vez primera ese conflicto eterno e inevitable entre el ideal social o nacional y su plasmación concreta, demasiado humana y sombría. Toda la juventud intelectual y hasta las mentes más maduras ponen alegremente su corazón en la Revolución francesa, en el ímpetu aquilino de Napoleón, en la unidad alemana, marmitas incandescentes en las que se mezcla la voluntad febril de los pueblos.
Pero cuanto más se formulan en decretos y se legalizan la libertad, la igualdad y la fraternidad, cuanto más estatales y burguesas se hacen, tanto más prosaicos acaban siendo los santos soñadores; los libertadores se convierten en tiranos, el pueblo degenera en populacho, y la fraternidad, en una espada sangrienta. De ese primer desengaño del siglo nació el Romanticismo. Siempre se paga caro el simple hecho de soñar ideas en común. Quienes las transforman en hechos, los Napoleones, los Robespierres y los cien generales y diputados, configuran la época y se emborrachan de poder; bajo su tiranía gimen los demás, la Bastilla se convierte en guillotina y los desengañados se doblegan bajo la voluntad dictatorial, se inclinan ante la realidad.
*”El legado de Europa” de Stefan Zweig
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