Para Gideon Rachman, periodista del Financial Times, el desacoplamiento entre Washington y Pekín acaba de empezar. De las amenazas verbales y el rechazo a un nuevo acuerdo comercial se ha pasado a una carrera tecnológica y financiera. Esto se explica porque la lógica empresarial que regía las relaciones entre los Estados Unidos y China se ha sustituido por la lógica de la competición estratégica. En otras palabras, los intereses políticos han rebasado por primera vez los incentivos económicos a la cooperación. Rachman deja bien claro que no se trata de una obsesión de Donald Trump. En Washington, afirma, reina un amplio consenso entre republicanos y demócratas sobre la conveniencia de endurecer la posición hacia China.
Hoy, el desacoplamiento es una carrera que recuerda a su equivalente armamentístico, más lúgubre, de la Guerra Fría. Rachman piensa que, en un futuro, la competición afectará a todos los aspectos de la vida económica de los Estados Unidos y China. Apple, hasta ahora centrado en China para la producción de sus aparatos, manufactura su nuevo Phone en la India, y ha abierto nuevas fábricas en los Estados Unidos. Las empresas tecnológicas de ambos países, como Huawei, Google, o más recientemente ByteDance, han sido sólo las primeras afectadas. Otras marcas americanas, como Starbucks, se preparan para un golpe demoledor que las fuerce a salir de China.
Como en la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, el resto de países del mundo no tendrá otro remedio que posicionarse a favor de una o de la otra superpotencia. La alternativa será la marginación económica porque ningún otro país puede permitirse prescindir de los dos sistemas económicos chino y norteamericano a la vez en términos de tecnología, derechos comerciales, financiación o materias primas. A pesar de que Europa todavía duda no le quedará otro remedio que posicionarse bajo la protección de los Estados Unidos, como a finales de los años 40. La alternativa sería tan alocada como pedir formar parte del Pacto de Varsovia en 1955.
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