En una democracia saludable, uno no cuestionaría el derecho de un adversario a estar en el ring, o la ciudadanía, la lealtad patriótica, los motivos o la buena fe de esa persona. Se cuestionaría su competencia, su experiencia, su visión, su programa y sus ideas. En la política de baja calidad que debemos soportar, el objetivo explícito del ataque es evitar el debate, para evitar los riesgos inherentes al libre intercambio de ideas. Una vez que has negado a la gente el derecho a ser escuchada, ya no tienes que refutar lo que dicen. Solo hay que ensuciar lo que son.
Para el escritor y político canadiense Michael Ignatieff, las leyes contra la difamación deberían utilizarse para castigar las peores mentiras. En última instancia, la política negativa envenena el pozo del que bebemos todos. Un político que tiene que unir a un país en un momento de crisis puede encontrarse, después de haber difamado a sus oponentes, con que ha traicionado la confianza que necesita para unir y servir de ejemplo. Si se gana con malas artes, es poco probable que se gobierne bien.
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