Uno de los principios de la ética colectiva más importantes es la prioridad de lo correcto sobre lo bueno, los fines individuales han de acomodarse a las reglas justas de convivencia compartidas por todos.
En su importante ensayo Sobre la libertad, el filósofo del
siglo XIX John Stuart Mill hace una muy sentida defensa de la autonomía individual para escoger el modo de vida que juzguemos mejor para nosotros, siempre que con ello no perjudiquemos a los demás. Esta condición (lo primero, no dañar) es crucial y ha sido destacada más recientemente por el hace poco fallecido John Rawls, que sostenía que las aspiraciones morales han de quedar restringidas de entrada “mediante los principios de la justicia que especifican los límites que los sistemas de fines de los hombres tienen que respetar”.
John Stuart Mill |
Ronald Dworkin. |
En la misma línea de defensa de la primacía de lo justo sobre lo bueno, de las normas sociales sobre los fines individuales (si ambos entrasen en conflicto), Ronald Dworkin impone que no sólo las metas personales sean moralmente impolutas, sino que también lo sean los medios que se empleen para dar alcance a tales metas. “Supongamos,dice Dworkin, que alguien construye una fortuna merced a una carrera empresarial implacable e inmoral, y luego usa esa fortuna para financiarse una rutilante vida renacentista, hecha de experiencias exóticas y refinadas, de creación y mecenazgo, de exploración y descubrimientos. Diremos que se equivocó al actuar así, que una persona moralmente mejor habría resistido las oportunidades que él aprovechó. Pero casi cualquiera diría que su deslumbradora vida fue una vida mejor que la que habría tenido una persona más honrada”. Pero no es así, nos advierte Dworkin: por más que llevemos una vida excitante y centrada en el automodelado interno o en la beneficencia externa, esa vida resulta rechazable si se ha erigido sobre la comisión de iniquidades inocultables a nuestra conciencia.
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