En “El misterio de Marie Rogêt”, Edgar Allan Poe manifiesta que la historia del conocimiento humano ha mostrado ininterrumpidamente que la mayoría de los descubrimientos más valiosos los debemos a acontecimientos colaterales, incidentales o accidentales; se ha hecho necesario, pues, con vistas al progreso, conceder el más amplio espacio a aquellas invenciones que nacen por casualidad y completamente al margen de las esperanzas ordinarias.
Wilhelm Contad Roentgen |
La historia de la ciencia y la tecnología confirma esta impresión. Wilhelm Contad Roentgen descubre los rayos X mientras trataba de averiguar por qué sus placas fotográficas se estropeaban una tras otra. Thomas Alva Edison inventa accidentalmente el fonógrafo mientras hacía ensayos para perfeccionar un aparato que registrara impulsos telegráficos en discos de pape. Incluso, ya inventado el fonógrafo, su principal uso práctico lo encontraron otras personas, y no el propio inventor. Edison, tras construir su primer fonógrafo en 1877, publicó en un artículo una lista de diez posibles empleos de su invento: conservar las últimas palabras de los moribundos, grabar lecturas de libros para personas ciegas, dar las horas, enseñar ortografía, servir de dictáfono en las oficinas… En esa lista no figuraba el que, con posterioridad, se revelaría como uso principal del fonógrafo, la reproducción de música. Fueron avispados hombres de negocios los que se percataron de que era factible adaptar el fonógrafo a la fabricación de gramolas tragaperras en las que se podían escuchar canciones populares. Edison hasta se indignó con este uso, que consideraba poco serio, de su invento, y le llevó años reconocer que la grabación y reproducción de música era la principal aplicación del fonógrafo.
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