Henri Pirenne, historiador belga. que fue profesor de Historia en la Universidad de Gante, escribe que “el establecimiento de los germanos en la cuenca del Mediterráneo no supone una nueva época en la historia de Europa. De ninguna manera hizo tabla rasa del pasado ni rompió con la tradición. El objetivo de los invasores no era anular el Imperio Romano, sino instalarse allí para disfrutarlo. En cualquier caso, lo que conservaron sobrepasa en mucho a lo que pudieron destruir o aportar de nuevo”.
En todo esto resalta la continuidad del movimiento comercial del Imperio Romano tras las invasiones germánicas, que no acabaron con la unidad económica de la Antigüedad. Esta unidad se conserva gracias al Mediterráneo y a las relaciones que mantiene con Occidente y Oriente. El gran mar interior de Europa no pertenece, como en otro tiempo, a un solo estado. Pero aún nada permite prever que dejará pronto de ejercer a su alrededor su atracción secular. A pesar de las transformaciones que presenta, el mundo nuevo no ha perdido el carácter mediterráneo del mundo antiguo. En las costas del Mediterráneo se concentra y se nutre todavía lo mejor de su actividad. Ningún indicio anuncia el fin de la comunidad de civilización establecida por el Imperio Romano. A comienzos del siglo VII, quien hubiera vislumbrado el porvenir no habría encontrado ninguna razón para no creer en la persistencia de la tradición. Lo que era entonces natural y previsible no se realizó. El orden mundial que había sobrevivido a las invasiones germánicas no pudo hacerlo a la del Islam, que se proyectó en el curso de la historia con la fuerza elemental de un cataclismo cósmico.
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