Escribe Chesterton que los monjes habían enseñado al pueblo a labrar y sembrar, tanto como a leer y escribir; le habían enseñado, ciertamente, casi todo lo que el pueblo sabía. Pero puede decirse, en verdad, que los monjes eran severamente prácticos, en el sentido de que eran no sólo prácticos, sino también severos; si bien solían mostrarse severos para con ellos mismos y prácticos para con los demás.
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