El principito |
Cada vez les resultaba más difícil distinguir la vida propia separada del otro; todo lo que hacían se unificaba en un recuerdo común, aunque cada uno por su cuenta podía y debía existir, decidir, actuar. Todo lo que hacían individualmente se convertía en simulacros de conducta; hasta que volvían a estar juntos, esperaban pacientemente, y entonces retomaban la vida donde la habían dejado. Por otra parte, también operaba una especie de conciencia doble, sus sentimientos entrelazados, que intensificaban todo aquello que tenían a su alrededor. Nada de cuanto veían, sabían o se decían el uno al otro era trivial; todo se entretejía en el relato continuo del amor, que además adquiría sustancia, matices y coherencia, gracias a lo no dicho y lo imperfectamente sabido. Porque, desde luego, no se contaban todo. Todo amor tiene su propia relevancia poética en sí mismo; cada amor saca a la luz solo lo que es relevante para él. Fuera queda el vertedero de lo que no importa.(El fragor del día de Elizabeth Bowen)
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