miércoles, 2 de febrero de 2022

La palabra fracasa al intentar describir la potencia de un instante


En el bosque, el desierto, la montaña o el mar, el mundo está tan intensamente impregnado de silencio que los demás sentidos parecen en comparación obsoletos o inútiles. La palabra fracasa al intentar describir la potencia de un instante o la solemnidad del lugar. Kazantzaki camina con un amigo en lo más profundo de un bosque del monte Athos, en el camino que lleva a Karyes: «Parecía que entrábamos en una inmensa iglesia. El mar, selvas de castaños, montañas y encima, a manera de cúpula, el cielo abierto. Me volví a mi amigo: “Por qué no hablamos”, le dije, queriendo romper un silencio que empezaba a pesarme. “Hablamos”, respondió mi amigo, tocándome ligeramente el hombro, “hablamos, pero el idioma de los ángeles, el silencio”. Y bruscamente, como si se hubiera enojado: “¿Qué quieres que digamos? ¿Que es hermoso, que nuestro corazón tiene alas y quiere volar, que vamos por un camino que lleva al Paraíso? Palabras, palabras… ¡Cállate!”» (Kazantzaki, 1975, 234-235).



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