Apenas alcanzamos a imaginar la desdicha y la angustia de nuestros nietos cuando de pronto se dan cuenta de que su herencia consiste en un volumen, jamás imaginado hasta el momento, de deuda nacional que exige ser restituida. No estamos aún preparados para visualizarlo, ni siquiera ahora, cuando por cortesía de nuestro propio Gobierno se nos ha ofrecido la oportunidad de probar la primera cucharada de la amarga medicina que ellos, nuestros nietos, se verán forzados a tomar a calderos enteros.
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