Cuenta Gibbon en La historia de la decadencia y caída del Imperio romano que, cuando en Roma existía el poder absoluto, en tiempos de los emperadores, dado que en cada ser humano prima siempre un carácter, con cada emperador subía al trono una pasión, que por lo general era un vicio. Con Tiberio subió la perfidia, con Calígula la crueldad, con Claudio la pusilanimidad, con Nerón el narcisismo criminal, con Galba la avaricia, con Otón la vanidad, y así se sucedían en el trono los vicios, hasta que llegó Vitelio y con él se extendió sobre Roma la enfermedad de la gula. Pero un día llegó al trono Nerva, y con él se impuso la moderación, lo sucedió Trajano y con él ascendió la justicia, lo sucedió Adriano y con él reinó la tolerancia, llegó Antonino Pío y con él la bondad, y finalmente con Marco Aurelio gobernó la sabiduría, de modo que así como se habían sucedido los vicios, durante un siglo se sucedieron las virtudes en el trono de Roma. Tal era en aquellos tiempos, al parecer, el poder del ejemplo, el peso pedagógico de la política sobre la sociedad. En nuestro tiempo el poder del ejemplo lo tienen los medios de comunicación, son ellos los que crean y destruyen modelos de conducta.
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