El consumidor ideal sería aquel que comprara cada vez más y cada vez con más frecuencia. Para sentir la necesidad de consumir, hay que encontrarse en cierto estado de insatisfacción, hay que vivir según una lógica del deseo que, antes que nada, se caracteriza por un estado de carencia. Y para que el individuo se sumerja en este estado, hay que liberarlo en la medida de lo posible de aquellos valores espirituales y morales que le permiten gozar de un mundo interior lo suficientemente rico y estable como para bastarse a sí mismo, y en virtud de esa riqueza y esa estabilidad no tener necesidad de comprar. Para las personas de generaciones anteriores sin duda considerarían que los centros comerciales que rebosan de productos tan atractivos como inútiles son una auténtica monstruosidad, templos erigidos para la adoración de la estupidez y del dinero obsceno, pues vivían en un mundo de valores en el que todo esto no tenía lugar, en el que no era necesario estar consumiendo sin parar para ser feliz y que la vida tuviera sentido, advierte el filósofo francés Luc Ferry.
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