La novelista estadounidense Laura Moriarty en su libro “Una acompañante en Nueva York” cuenta la siguiente historia:
“Me gusta follar. A usted quizá no, pero a mí sí. Cora desvió la mirada. Si la muchacha se proponía escandalizarla con su vocabulario, con su despreocupada vulgaridad, lo había conseguido. Y era evidente que le divertía hacerse la mujercita moderna y liberada, dejando atónita y horrorizada a Cora, y a toda su generación. Pero cuando Cora se volvió y miró con severidad el rostro de la muchacha, vio, más que liberación, pura pose y fanfarronería, y debajo de eso una auténtica incertidumbre”.
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