Cuenta Lewis que una vez que hayamos fallecido el bienaventurado dirá: Nunca hemos vivido en otro sitio distinto del cielo, y el condenado dirá: Hemos vivido siempre en el infierno. Y los dos dirán la verdad. Y añade que todo estado de la mente dejado a sí mismo, toda clausura de la criatura dentro de su propia mente es, a la larga, infierno. Pero el cielo no es un estado de la mente. El cielo es la realidad misma. Todo lo que es completamente real es celestial.
En última instancia, dice Lewis, no hay más que dos clases de personas, las que dicen a Dios «hágase Tu voluntad» y aquellas a las que Dios dice, a la postre, «hágase tu voluntad». Todos estos están en el infierno, lo eligen. Sin esta elección individual no podría haber infierno. Ningún alma que desee en serio y lealmente la alegría se verá privada de encontrarla. Los que buscan, encuentran. A los que llamen a la puerta, se les abrirá.
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