El totalitarismo comunista reveló, a todo aquel que tuviera ojos para mirar, la locura de la pretensión humana de divinizarse. Los récords de despotismo desmoralizador y mentira sistemática mostraron que el “progreso” económico y social nunca debe confundirse con una emancipación radical de los límites naturales, de las restricciones morales y de un orden trascendente que está por encima de la voluntad humana.
Muchos intelectuales, manifiesta el profesor Daniel Mahoney, sucumbieron ante la tentación totalitaria, la ilusión de que el comunismo representaba el verdadero “progreso” humano y el movimiento de la “historia”, o bien dieron su apoyo a un nihilismo suave, que contribuyó a la erosión de los fundamentos morales de la democracia.
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