La realidad española se acomoda bastante mal a esa visión de la España del mapa de las autonomías, es decir, de la España fragmentada en territorios aislados identitariamente por sus líneas de frontera.
La utilización general y compartida de una lengua común, el castellano, sería un argumento suficiente por sí mismo para contradecir rotundamente esa visión, si el nuestro no fuera, al mismo tiempo, un país moderno, en el que la movilidad espacial dio en ser uno de sus rasgos definidores esenciales como Estado a lo largo de todo el siglo XX: gallegos, extremeños, castellanos o andaluces en el País Vasco y Cataluña; todos ellos, además de catalanes y vascos, en Madrid; madrileños, de origen o adopción, por todos los puntos del territorio español, lo cierto es que, aun sin contar con la aportación mestiza de los millones de inmigrantes que forman parte ya de la realidad social de la España del siglo XXI, la geografía humana de nuestro país se parece desde hace largo tiempo mucho más a la de una sopa de letras que a la de un mapa compartimentado y ordenado.
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