El amor auténtico no necesita, en sí, de lo corporal ni para despertar ni para realizarse, pero se sirve de ello para ambas cosas.
Las gentes superficiales se detienen en la superficie de la persona amada, sin preocuparse de penetrar en su fondo, para las gentes “profundas” la superficie no es más que la simple expresión del “fondo” y, en cuanto tal expresión, nada esencial ni decisivo, aunque siempre importante, dice Viktor Frankl. En este sentido se vale el amor de lo corporal, para
nacer, pero también se sirve de ello para realizarse. No cabe duda de que todo ser físicamente maduro que ame a otro se sentirá acuciado, en general, por la necesidad de unirse físicamente con él. Sin embargo, para quien de veras ame, la relación física, sexual, no es sino un medio de expresión de lo que constituye el verdadero amor, es decir, de la relación espiritual, y, como medio de expresión, recibe su consagración humana, precisamente, del amor, del acto espiritual a que sirve de exponente. Por tanto, dice Frankl, se puede afirmar lo siguiente: así como para quien verdaderamente ama el cuerpo del ser amado es, simplemente, la expresión de su persona espiritual, así también el acto sexual es, para el auténtico amor, la simple expresión de una intentio espiritual.
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