El cristiano, decía Juan Pablo II, “no se pregunta a quién debe amar, porque preguntarse ¿quién es mi prójimo? ya implica poner límites y condiciones. La pregunta legítima no es ¿quién es mi prójimo?, sino ¿de quién debo hacerme prójimo?. Y la respuesta es cualquiera que sufra necesidad, aunque me sea desconocido, se convierte para mí en prójimo, al que debo ayudar”.
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