Es verdad que no queremos del mismo modo a un padre que a una madre. A cada uno lo hemos necesitado de manera distinta, amado de manera diferente, pero los dos son igualmente necesarios.
El amor hacia una madre y hacia un padre es incomparable. Cuando hablamos de amor, no debemos referirnos a la cantidad, sino a la calidad. La calidad en el amor a un niño se basa en tener de todo un poco, no en tener mucho de alguien y nada de otro. Un niño afortunado es un niño amado por cuantos más mejor, (padres, abuelos, maestros, tíos, primos, amigos) y que tiene la certeza absoluta de que eso es así.
Un niño carencial es un niño que sólo es amado, en el mejor de los casos, por algunos, (uno de los padres, uno de los abuelos, una abuela, algún tío y poco más, ¡algunos ni eso!) y tiene la certeza de que esto es así, porque alguien ha decidido hacérselo creer. ¡Sea verdad o no! No sé si te habrás dado cuenta, dice Carmen Serrano, una de las mayores expertas en educación emocional infantil, pero los hijos de parejas separadas tienen muchos más problemas que los hijos de padres separados. Parece que he dicho lo mismo, ¿verdad?, dice Serrano, Sin embargo, no es ni parecido.
Y añade Carmen Serrano: “Yo he escuchado muchas veces
a mi padre halagar a mi madre, diciéndole cosas bonitas. Es el mejor regalo que ha podido hacerme como hija. Mis hijos serán los únicos que podrán valorar si su padre ha sido un buen padre o no. Jamás permitiría que nadie me dijera cómo ha sido mi padre para mí; eso es mío en exclusividad. Nadie en el mundo me puede quitar lo que yo sienta por mi padre. Ni mis hermanos podrían. Ni mi madre hubiera podido. Está claro que esto lo puedo decir porque ella me permitió tenerlo”.
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