Un imperativo de suma urgencia, al que se enfrenta todo gobierno que preside el desmantelamiento y la desaparición del Estado social del bienestar es la tarea de hallar o de construir una nueva fórmula de legitimación en la que puedan apoyarse.Los gobiernos estatales no pueden prometer, de forma verosímil, evitar la apurada situación de verse derribado como una víctima colateral del progreso económico, ahora en manos de flotantes fuerzas económicas globales.
Circuito Cerrado de Televisión |
Una alternativa oportuna parece encontrarse en la intensificación de los temores ante la amenaza a la seguridad personal, que representan los conspiradores terroristas igualmente flotantes, seguida luego de la promesa de más guardias de seguridad, de una red más tupida de máquinas de rayos X y circuitos cerrados de televisión de mayor alcance, controles más frecuentes y más ataques preventivos y arrestos cautelares con el fin de proteger dicha seguridad.
En contraste con esa inseguridad demasiado tangible y experimentada a diario que generan los mercados, los cuales no necesitan ninguna ayuda de las autoridades políticas salvo que les dejen en paz, la mentalidad de “fortaleza sitiada” y de cuerpos individuales y posesiones privadas bajo amenaza ha de cultivarse de manera activa. Las amenazas deben pintarse del más siniestro de los colores, de suerte que sea la no materialización de las amenazas, más que el advenimiento del Apocalipsis presagiado, la que se presente ante el atemorizado público como un evento extraordinario y, ante todo, como el resultado de las artes, la vigilancia, la preocupación y la buena voluntad excepcionales de los órganos estatales. Y así se hace, y con resultados espectaculares.
Al menos una vez por semana, las fuerzas de seguridad del estado advierten a los ciudadanos de inminentes atentados contra su seguridad, arrojándolos a un estado de permanente alerta de seguridad y manteniéndolos en dicho estado, poniendo firmemente la seguridad individual en el centro de las tensiones más variadas y difusas, mientras los gobiernos no dejan de recordar a sus electores que “bastaría un frasco, una lata, un cajón introducidos en este país para traer un día de horror como jamás hemos conocido”. La nueva exigencia popular de un fuerte poder estatal, capaz de resucitar las marchitas esperanzas de protección contra un confinamiento en la basura, se construye sobre la base de la vulnerabilidad y la seguridad personales, en lugar de la precariedad y la protección sociales.
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