Un punto ciego para los Estados Unidos y otras potencias occidentales ha sido el fracaso en darse cuenta de que al apoyar el levantamiento armado en Siria inevitablemente desestabilizarían a Iraq y provocarían un resurgimiento de la guerra civil sectaria. Fue la guerra en Siria lo que desestabilizó a Iraq, debido a que grupos yihadistas como ISIS, que después recibieron el nombre de Al Qaeda en Iraq, encontraron un nuevo campo de batalla donde podían pelear y florecer.
Los padres adoptivos de ISIS y otros movimientos yihadistas sunitas en Iraq y Siria fueron Arabia Saudita, las monarquías del Golfo y Turquía. Esto no quiere decir que los yihadistas no tuvieran fuertes raíces autóctonas, sino que su surgimiento fue apoyado de manera determinante por potencias sunitas externas. La ayuda saudita y qatarí fue, primordialmente, financiera, por lo regular a través de donativos privados,los mismos que, dice el exjefe de MI6 Richard Dearlove, fueron decisivos para la toma de poder de ISIS en las provincias sunitas en el norte de Iraq: “Ese tipo de cosas no ocurren de forma espontánea”. En un discurso en Londres, dijo que la política saudita hacia los yihadistas tiene dos motivos contradictorios, por un lado el miedo a los yihadistas que operan al interior de Arabia Saudita y por otro un deseo de utilizarlos en contra de los poderes chiitas en el extranjero. Dijo que los saudíes se sienten “profundamente atraídos por cualquier militancia que pueda desafiar de manera efectiva al dominio chiita”. Es poco probable que la comunidad sunita en general en Iraq se haya alineado detrás de ISIS sin el apoyo que Arabia Saudita dio directa o indirectamente a muchos movimientos sunitas. Lo mismo ocurre con Siria, donde el príncipe Bandar bin Sultan, exembajador saudí en Washington y jefe de la Inteligencia saudita de 2012 a febrero de 2014, hizo todo lo que tenía a su alcance para respaldar a la oposición yihadista hasta su destitución.
“Muchos árabes sunitas han llegado a la conclusión de que su única opción realista es un conflicto violento cada vez más enmarcado en términos confesionales”. En otras palabras, consideran que la mejor opción para sobrevivir, e incluso ganar el conflicto por el poder en Iraq consiste en luchar como sunitas en contra de la hegemonía chiíta.
La falta de confianza y disciplina al interior del ejército iraquí también es un factor decisivo. Cuando se le preguntó acerca de las causas de la derrota de las fuerzas armadas iraquíes, un general iraquí recién retirado fue enfático: “¡corrupción! ¡corrupción! ¡corrupción!”. "Todo comenzó, dijo, alrededor del año 2005, cuando los estadounidenses dijeron al ejército iraquí que subcontratara el servicio de alimentos y otras provisiones. Se le pagaba a un comandante de batallón por una unidad de seiscientos soldados, pero él solamente tenía doscientos efectivos y se embolsaba la diferencia, lo cual representaba enormes ganancias. El ejército se convirtió en una máquina de hacer dinero para los oficiales de mayor rango, y a menudo en fraude y extorsión para los soldados ordinarios que manejaban los puestos de control. Para colmo, los oficiales sunitas bien entrenados fueron echados a un lado". “Iraq realmente no tenía un ejército nacional”, concluyó el general. La corrupción en la milicia se dio en todos los niveles. Un general podía convertirse en comandante de división a un coste de 2 millones de dólares, y luego tenía que recuperar su inversión con sobornos en los puestos de control que se encontraban en los caminos, cobrando a todos los transportes de mercancías que cruzaban por ahí.
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