Algunas de las principales empresas del campo de las tecnologías de la información trabajan en el desarrollo del Internet de las cosas. El “Internet industrial” de General Electric, el “Internet de todo” de Cisco, el proyecto Smarter Planet de IBM y las “Ciudades sostenibles” de Siemens son algunas de las muchas iniciativas actuales cuyo objetivo es crear una infraestructura inteligente para la Tercera Revolución Industrial que pueda conectar barrios, ciudades, regiones y continentes en lo que los observadores de este campo llaman red neural mundial. Es una red diseñada para que sea abierta, distribuida y colaborativa, de modo que cualquier persona, en cualquier momento y lugar, tenga la oportunidad de acceder a ella y usar sus datos para crear aplicaciones nuevas con las que administrar su vida diaria con un coste marginal casi nulo.
La unión del Internet de las comunicaciones con un Internet de la energía y un Internet de la logística incipientes en una infraestructura inteligente del siglo XXI perfectamente integrada,la llamada Internet de las cosas, está dando lugar a una Tercera Revolución Industrial, escribe el sociólogo y economista Jeremy Rifkin. El Internet de las cosas ya está aumentando la productividad hasta el punto de que el coste marginal de producir muchos bienes y servicios es casi nulo, y esos bienes y servicios son prácticamente gratuitos. El resultado es que los beneficios empresariales se están empezando a evaporar, los derechos de propiedad pierden fuerza y la economía basada en la escasez deja paso, lentamente, a una economía de la abundancia.
Aunque ni economistas ni empresarios tuvieron nunca la intención de que el sistema capitalista se autodestruyera, dice Jeremy Rifkin, una mirada atenta a su lógica operativa revela el carácter inevitable de un futuro caracterizado por un coste marginal casi nulo. Una sociedad de coste marginal cercano a cero es el estado de eficiencia óptima para fomentar el bienestar general y representa el triunfo supremo del capitalismo, pero este momento de triunfo también marca su desaparición inevitable de la escena mundial. Aunque el capitalismo está muy lejos de autodestruirse, está claro que cuanto más nos acerca a una sociedad de coste marginal cercano a cero su supremacía otrora incontestada se diluye y abre paso a una manera totalmente nueva de organizar la vida económica en una era caracterizada más por la abundancia que por la escasez.
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