Michelangelo Buonarroti |
Miguel Angel en la Naturaleza, como en el Arte, como en el Amor, era a Dios a quien buscaba, y a quien se aproximaba más cada día. Siempre había sido creyente. No le embaucaban ni curas, ni frailes, ni devotos, ni devotas; y no dejaba, en ocasiones, de burlarse de ellos con dureza; pero nunca tuvo la más mínima duda en su fe. Con ocasión de las enfermedades o de la muerte de su padre y de sus hermanos, su primera preocupación fue siempre que recibieran los sacramentos. Tenía confianza sin límites en la oración; “creía en ella más que en todas las medicinas”, nos cuenta su biógrafo; a su eficacia atribuía cuanto bien le había sucedido y cuanto mal había evitado. En su soledad tenía crisis de adoración mística.
Como todo gran cristiano vivió y murió en Cristo. “Vivo pobre con Cristo”, escribía ya en 1.512 a su padre; y moribundo, pidió que se le hicieran recordar los sufrimientos de Cristo. Desde su amistad con Vittoria Colonna, y especialmente después de la muerte de su amiga, la fe de Miguel Ángel se hizo más acentuadamente exaltada. A la vez que su arte se consagraba casi exclusivamente a la gloria de la Pasión de Cristo, su poesía se abismaba en el misticismo. Renegaba del arte y se refugiaba en los amplios brazos abiertos del Crucificado.
La fe y el sufrimiento hicieron crecer en aquel viejo corazón desventurado, fue la divina caridad. Aquel hombre, al que sus enemigos acusaban de avaricia, no cesó en toda su vida de colmar de liberalidades a los desgraciados conocidos o desconocidos. No sólo atestiguó siempre el más conmovedor cariño a sus viejos servidores y a los de su padre: tal cierta Mona Margherita, a la que recogió después de la muerte del viejo Buonarroti, y cuya muerte le produjo “más pena que si hubiera sido una hermana”; tal un humilde carpintero que había trabajado en el andamiaje de la Sixtina y a cuya hija dotó.Constantemente daba a los pobres, sobre todo a los pobres vergonzantes. Le gustaba asociar a sus limosnas a su sobrino y a su sobrina; inculcarles la inclinación a darlas, hacerlas por su mediación sin que dieran su nombre: porque quería guardar secretas sus caridades. “Gustaba más de hacer el bien que de ostentar el hacerlo”. Por un rasgo de exquisita delicadeza, se preocupaba especialmente de las muchachas pobres; solía buscar medio de hacerles entregar, a escondidas, pequeñas dotes que les permitiesen casarse o entrar en el convento. “Procura conocer algún burgués necesitado que tenga una hija casadera o deseosa de entrar en el convento,escribe a su sobrino. Me refiero,añade,a los que necesitándolo, se avergüenzan de mendigar. Dale el dinero que te envío, pero en secreto; y haz de modo que no te dejes engañar”. Y en otro lugar: “Dime si conoces algún otro caballero que esté en muy apremiante necesidad, sobre todo si tiene hijas en su casa; me sería grato hacerle algún bien, por la salvación de mi alma”.
Un día su sobrino Lionardo hizo una gran fiesta para celebrar el nacimiento de su hijo,Miguel Angel le censuró diciendo que “esa pompa me desagrada. No es licito reír cuando el mundo entero llora. No es prueba de buen juicio hacer tales fiestas por un nacimiento. La alegría debe reservarse para el día en que muera un hombre que haya vivido bien”.
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