El Papa Francisco en su encíclica “Laudato Si” manifiesta la inmensa dignidad de cada persona humana, que no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otra persona.
El Papa Juan Pablo II no se cansaba de repetir que el amor especialísimo que el Creador tiene por cada ser humano le confiere una dignidad infinita.
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