miércoles, 20 de octubre de 2021

Un individuo es reconocido igual y universalmente por ser un ser humano


Hegel

El fin de la historia para Hegel reside no en la aparición de Napoleón en sí, sino en la aparición de la diada Napoleón-Hegel. Es decir, Hegel es el filósofo que comprende verdaderamente lo que significa Napoleón; no especula sobre reinos imaginarios sino que comprende la racionalidad que subyace bajo el curso aparentemente falto de sentido del mundo. Comprende que Napoleón no es solo un aventurero ambicioso más, sino que marcó el comienzo del Estado universal y homogéneo que haría realidad la posibilidad del reconocimiento universal. Al hacerlo, dice Francis Fukuyama, los seres humanos como tales toman conciencia de que son seres que buscan reconocimiento y se sienten satisfechos con el reconocimiento universal. Y así Napoleón se convierte en algo más que un aventurero por el hecho de haber sido interpretado por Hegel.


Un individuo es reconocido igual y universalmente por ser un ser humano, es decir, un ser libre no determinado por la naturaleza y, por tanto, capaz de hacer una elección moral. No puede haber ninguna otra solución formal al problema del reconocimiento, porque ninguna otra forma de reconocimiento se puede universalizar y, por ende, hacerse racional, escribe Fukuyama. Se podría decir que ser un médico o concertista de piano brillante y hasta un padre dedicado es una buena manera de vivir que merece reconocimiento; pero el reconocimiento de esas cualidades no se puede universalizar porque no todos los seres humanos son médicos, pianistas o padres excepcionales. Reconocer esas cualidades implica denigrar a aquellos que no las poseen. Todas las formas de megalothymia son hostiles, en última instancia, a la isothymia en la que se basa la democracia liberal. Nos vemos limitados, por tanto, a reconocer un tipo de mínimo común denominador moral, un ser libre que pueda negar la naturaleza. Añade Fukuyama que mediante este esquema hegeliano podemos distinguir entre un ser humano y una roca, un oso hambriento y un simio listo, pero no podemos distinguir entre el primer hombre que mata a su semejante en una batalla por puro prestigio y una Madre Teresa que sacrifica su merecida felicidad por seguir los mandatos de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario