San Cipriano (falleció en el año 304) llamaba a los seguidores de Cristo a alimentar a los enfermos y dar sepultura a los fallecidos. Debemos recordar que la época de las persecuciones intermitentes contra los cristianos aún no había concluido, de ahí que la petición que el gran obispo hacía a los cristianos era la de ayudar a quienes en algún momento los habían perseguido. San Cipriano insistía que “si sólo hacemos el bien a quienes nos lo hacen a nosotros, ¿podemos considerarnos mejores que los infieles y publicanos? Si somos hijos de Dios, cuyo sol ilumina el bien y el mal, y envía la lluvia sobre los justos y los injustos, hemos de demostrarlo con nuestros actos, bendiciendo a quienes nos maldicen y haciendo el bien a quienes nos persiguen”. En el caso de Alejandría, que también padeció la plaga del siglo III, el obispo cristiano Dionisio relata que los paganos “arrinconaban a los que caían enfermos y se alejaban incluso de sus amigos más queridos, arrojaban en los caminos a los moribundos y allí los dejaban, tratándolos con profundo desprecio cuando morían y sin darles sepultura”. También describe que muchos cristianos “no se abandonaban los unos a los otros, sino que permanecían unidos y visitaban a los enfermos, sin pensar en el peligro que corrían, para ocuparse de ellos asiduamente… atrayendo sobre sí la enfermedad de sus vecinos y dispuestos a aceptar la carga de los sufrimientos de quienes los rodeaban”. San Efrén, un eremita de Edessa, es recordado por su heroísmo cuando el hambre y la peste asolaron la infortunada ciudad. No sólo coordinó la colecta y la distribución de limosnas sino que creó hospitales, atendió a los enfermos y se ocupó de los muertos. Cuando una nueva hambruna cayó sobre Armenia durante el reinado de Maximiano, los cristianos ayudaron a los pobres con indiferencia de su filiación religiosa.
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